Sí, sí, como lo lees: un día
entre SETAS. Y con eso no me refiero a las personas apalancadas a las que
“etiquetamos” de “setas”, sino a esos maravillosos hongos comestibles que
suelen aparecer en los bosques especialmente en otoño o tras las lluvias de
temporada.
El viernes fui con mi hermano y
mi marido a una zona interna de montaña en Cataluña y fue mi hermano quien nos
enseñó los distintos tipos de setas que él conocía y que podíamos coger allí y
cuál era la mejor forma de recogerlas para que no se dañaran, no dañar al
entorno y para no tener que limpiarlas ni aguachinarlas más de la cuenta cuando
llegáramos a casa.
El camino hasta llegar a la zona
en cuestión era una pista de tierra en la montaña, de esas por las que
habitualmente te puedes encontrar con cualquier tipo de transeúnte en cualquier
tipo de vehículo: bicis, motos, coches, caballos… Tuvimos que circular por ella
un buen trecho y en un punto concreto nos encontramos cara a cara con una
máquina industrial trabajando para alisar la pista, ya que no estaba en la
mejor de las condiciones. Casi nos
llevamos un disgusto de pensar que se había terminado la recogida de setas,
antes incluso de comenzarla, pero afortunadamente la máquina terminó de alisar
la zona que teníamos justo delante y nos hizo señales para que pasáramos y
siguiéramos avanzando por nuestro camino.
Mi hermano tenía grabados en su
GPS los puntos concretos donde pararnos y me hizo mucha gracia ver que había
nombrado a esos puntos en su GPS, con los nombres de las setas que se pueden
recoger en esas zonas concretas: camagrocs, ceps, rovellons…
Lo que más me llamó la atención
de toda la jornada, fue la capacidad que tenemos como seres humanos, de
descubrir cosas nuevas y ser capaces de “despertarnos” en ese preciso instante
para poder reconocer el mismo tipo de cosa en cualquier lugar a partir de ese
momento. Y es que una vez que se te cae la venda de los ojos, ya no hay vuelta
atrás… ya no puedes dejar de ver…
Volviendo a las setas, las
primeras que nos enseñó mi hermano fueron las “trompetas amarillas”
(“camagrocs” en catalán). Inconfundibles, ya que son unos largos tallos de
color amarillo o anaranjado, con la parte superior de diversas maneras, pero
normalmente como una especie de hoja arrugada. Había cientos de estas setas en
esa zona, de todos los tamaños y de varias formas diferentes en la zona
superior, dependiendo de si la zona de bosque era más o menos húmeda.
Pues allí que nos pusimos a
recoger trompetas amarillas durante más de 1 hora y yo me sentía como una niña
pequeña toda divertida y entretenida, rodeada de tanta setita e impresionada
porque ningún pequeño (o grande) habitante de la montaña (entiéndase animales)
se las hubiera zampado ya.
Una hora da mucho de sí
recogiendo setas, sobre todo cuando la cantidad que hay disponible es
importante, así que tras haber trabajado duro durante más de 1 hora, decidimos
parar a hacer nuestro picnic algo pasadas las dos de la tarde.
Unos bocadillos de jamón ibérico
con queso de la tierra, bañados de buen vino tinto (yo me quedé con mi te
verde, que para eso sigo portándome bien con mi dieta) y unas croquetas de
pollo del Carrefour, fueron nuestro menú principal. De postre, unas ciruelas.
Por la tarde cambiamos de zona
para buscar otro tipo de setas. No recuerdo el nombre de estas, solo que eran
de color rosado y bastante difíciles de ver, pero como he comentado antes, una
vez las ves, ya no puedes no verlas…
Lo que me pareció más importante
y lo que aprendí de este día de “caza de setas”, fue ver las setas en su estado original, sin
que nadie las haya tocado, para ver como están y como se ven cuando uno las
encuentra.
Estas setas rosas, eran muy
difíciles de ver, porque la mayoría estaban bastante enterradas y siempre con
mucha hojarasca por encima. Solo partes de la seta quedan al descubierto, pero
son tan características y tienen un color tan rosado, que una vez sabes como
son, ya es imposible no verlas!
Así que tras aprender a ver las
setas rosas, descubrimos un árbol que tenía varias de estas deliciosas setas alrededor
y cuando empezamos a recogerlas, fuimos vislumbrando cada vez más, allá donde
nuestros entrenados ojos se iban posando. Fue algo mágico. Donde no había nada,
de repente aparecía una seta rosa!
Finalmente cambiamos de zona y
encontramos algún que otro níscalo (robellón en catalán) y varios “ceps” que
son como las casitas de los enanitos de blancanieves. Muy fáciles de reconocer
por lo redondito y gordito que es su tallo.
Por la noche, obviamente, nos
hicimos un buen platillo de setas rehogadas en unos cuantos dientes de ajo, que
nos supo de rechupete.
Esta era la 2ª vez en mi vida que
iba a la montaña a recoger setas y de nuevo fue una experiencia muy divertida y
la mar de entretenida.
La verdad es que me sorprende la
cantidad y variedad de hongos que hay en la montaña, todos ellos disponibles
para cualquiera de nosotros. Seguramente que habrá muchas otras setas, que por
desconocimiento y por no saber si eran comestibles o no, nos dejamos atrás y no
recogimos, pero realmente tengo que reconocer que nuestra madre naturaleza es
muy generosa y siempre nos da frutos con los que alimentarnos, así que más nos
vale cuidarla lo máximo que podamos, para poder seguir disfrutando de ella y de
todos los frutos que nos regala a diario.
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