domingo, 2 de noviembre de 2014

UN DÍA ENTRE SETAS




Sí, sí, como lo lees: un día entre SETAS. Y con eso no me refiero a las personas apalancadas a las que “etiquetamos” de “setas”, sino a esos maravillosos hongos comestibles que suelen aparecer en los bosques especialmente en otoño o tras las lluvias de temporada.

El viernes fui con mi hermano y mi marido a una zona interna de montaña en Cataluña y fue mi hermano quien nos enseñó los distintos tipos de setas que él conocía y que podíamos coger allí y cuál era la mejor forma de recogerlas para que no se dañaran, no dañar al entorno y para no tener que limpiarlas ni aguachinarlas más de la cuenta cuando llegáramos a casa.

El camino hasta llegar a la zona en cuestión era una pista de tierra en la montaña, de esas por las que habitualmente te puedes encontrar con cualquier tipo de transeúnte en cualquier tipo de vehículo: bicis, motos, coches, caballos… Tuvimos que circular por ella un buen trecho y en un punto concreto nos encontramos cara a cara con una máquina industrial trabajando para alisar la pista, ya que no estaba en la mejor de las condiciones.  Casi nos llevamos un disgusto de pensar que se había terminado la recogida de setas, antes incluso de comenzarla, pero afortunadamente la máquina terminó de alisar la zona que teníamos justo delante y nos hizo señales para que pasáramos y siguiéramos avanzando por nuestro camino.

Mi hermano tenía grabados en su GPS los puntos concretos donde pararnos y me hizo mucha gracia ver que había nombrado a esos puntos en su GPS, con los nombres de las setas que se pueden recoger en esas zonas concretas: camagrocs, ceps, rovellons…

Lo que más me llamó la atención de toda la jornada, fue la capacidad que tenemos como seres humanos, de descubrir cosas nuevas y ser capaces de “despertarnos” en ese preciso instante para poder reconocer el mismo tipo de cosa en cualquier lugar a partir de ese momento. Y es que una vez que se te cae la venda de los ojos, ya no hay vuelta atrás… ya no puedes dejar de ver…

Volviendo a las setas, las primeras que nos enseñó mi hermano fueron las “trompetas amarillas” (“camagrocs” en catalán). Inconfundibles, ya que son unos largos tallos de color amarillo o anaranjado, con la parte superior de diversas maneras, pero normalmente como una especie de hoja arrugada. Había cientos de estas setas en esa zona, de todos los tamaños y de varias formas diferentes en la zona superior, dependiendo de si la zona de bosque era más o menos húmeda.

Pues allí que nos pusimos a recoger trompetas amarillas durante más de 1 hora y yo me sentía como una niña pequeña toda divertida y entretenida, rodeada de tanta setita e impresionada porque ningún pequeño (o grande) habitante de la montaña (entiéndase animales) se las hubiera zampado ya.

Una hora da mucho de sí recogiendo setas, sobre todo cuando la cantidad que hay disponible es importante, así que tras haber trabajado duro durante más de 1 hora, decidimos parar a hacer nuestro picnic algo pasadas las dos de la tarde.

Unos bocadillos de jamón ibérico con queso de la tierra, bañados de buen vino tinto (yo me quedé con mi te verde, que para eso sigo portándome bien con mi dieta) y unas croquetas de pollo del Carrefour, fueron nuestro menú principal. De postre, unas ciruelas.
 
Por la tarde cambiamos de zona para buscar otro tipo de setas. No recuerdo el nombre de estas, solo que eran de color rosado y bastante difíciles de ver, pero como he comentado antes, una vez las ves, ya no puedes no verlas…

Lo que me pareció más importante y lo que aprendí de este día de “caza de setas”,  fue ver las setas en su estado original, sin que nadie las haya tocado, para ver como están y como se ven cuando uno las encuentra.

Estas setas rosas, eran muy difíciles de ver, porque la mayoría estaban bastante enterradas y siempre con mucha hojarasca por encima. Solo partes de la seta quedan al descubierto, pero son tan características y tienen un color tan rosado, que una vez sabes como son, ya es imposible no verlas!

Así que tras aprender a ver las setas rosas, descubrimos un árbol que tenía varias de estas deliciosas setas alrededor y cuando empezamos a recogerlas, fuimos vislumbrando cada vez más, allá donde nuestros entrenados ojos se iban posando. Fue algo mágico. Donde no había nada, de repente aparecía una seta rosa!

Finalmente cambiamos de zona y encontramos algún que otro níscalo (robellón en catalán) y varios “ceps” que son como las casitas de los enanitos de blancanieves. Muy fáciles de reconocer por lo redondito y gordito que es su tallo.

Por la noche, obviamente, nos hicimos un buen platillo de setas rehogadas en unos cuantos dientes de ajo, que nos supo de rechupete.

Esta era la 2ª vez en mi vida que iba a la montaña a recoger setas y de nuevo fue una experiencia muy divertida y la mar de entretenida.

La verdad es que me sorprende la cantidad y variedad de hongos que hay en la montaña, todos ellos disponibles para cualquiera de nosotros. Seguramente que habrá muchas otras setas, que por desconocimiento y por no saber si eran comestibles o no, nos dejamos atrás y no recogimos, pero realmente tengo que reconocer que nuestra madre naturaleza es muy generosa y siempre nos da frutos con los que alimentarnos, así que más nos vale cuidarla lo máximo que podamos, para poder seguir disfrutando de ella y de todos los frutos que nos regala a diario.

 



 


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