Dicen que las cosas que más
cuesta conseguir, suelen merecer la pena. Por otro lado también dicen que las
cosas que queremos en la vida, si están en nuestro destino, son fáciles de
conseguir (o deberían).
Estoy de acuerdo con ambos dichos,
aunque el primero es el que te hace pasarlas canutas antes de conseguir tu
objetivo y del segundo casi ni nos acordamos cuando hemos conseguido tan fácil
y rápidamente eso que deseábamos.
Tengo una compañera de clase que
se quiere cambiar de piso y ayer precisamente nos contaba, lo rápido y fácil que
ha surgido todo en esta ocasión. Ella quería dejar su piso de propiedad en la
ciudad, para mudarse a las afueras a un piso de alquiler. Y parece que ha
conseguido hilar todo eso en tan solo 3 días. No sé cuánto tiempo ha tardado en
encontrar ella el piso de alquiler, negociar el contrato y firmar la fecha de entrada
al mismo, pero en cuanto hizo eso, puso su propio piso en alquiler y al día
siguiente tuvo 2 visitas de las cuales una de ellas ya se ha quedado con él.
Dicho y hecho, objetivo conseguido. Así de fácil y así de rápido.
Recuerdo perfectamente cuando yo
me trasladé a vivir de una ciudad a otra dentro de mi país. Yo venía de una
ciudad donde lo “normal” es que los pisos tengan parquet y me trasladaba a una
ciudad donde lo “normal” es que los pisos tengan suelos de baldosín. Pero no un
baldosín bonito (para mi claro, que para gustos están los colores…) sino que
por lo general y por lo que he visto, suele ser un baldosín de puntitos de
colores, de esos que a mí me espantan. Además que me parecen súper fríos.
Así que yo en mi empeño de
encontrar un piso con suelo de parquet, buscando y buscando en los anuncios
clasificados del periódico (como se hacía por aquellos tiempos hace ya 15 años)
encontré uno que pintaba bien y le dije a mi marido que fuéramos a visitarlo
para ver como era. Él era un poco reacio a la zona de la ciudad en la que
estaba ubicado, pero a pesar de eso, fuimos a verlo.
Yo estaba de visita en la ciudad
esos días y el piso lo enseñaban hasta determinada hora. No recuerdo bien por
qué, pero como desde el metro más cercano teníamos unos 10 minutos de caminata,
al final llegamos 15 minutos más tarde de la hora que nos habían dicho y
obviamente ya no pudimos verlo, así que nos quedamos mirando el balcón que se
veía desde la calle, soñando como sería ese piso por dentro.
Estaba ubicado en una zona muy
residencial y todo lo que se veía alrededor eran edificios de pisos bajos (unos
3-4 alturas como máximo) y pocos locales comerciales. Había que subir unas
escaleras de piedra muy anchas para acceder a una especie de patio exterior,
donde estaba ubicado el portal y un par de columpios. La verdad es que la zona
se veía bastante tranquila.
Así que nuestro gozo en un pozo y
nos dimos media vuelta. Primer intento: fallido.
Luego volvimos una segunda vez,
pero no recuerdo qué pasó, que tampoco pudimos verlo. Y ya van dos. ¡La cosa se
ponía complicada para ver el dichoso piso!
Finalmente, cuando yo ya había
vuelto a mi ciudad de residencia por aquellos tiempos, mi marido y mi suegra
consiguieron ver el piso. A la tercera va la vencida!
Resultó ser una “bombonera” como
lo llamaba mi suegra. Un piso pequeñito con 2 habitaciones y prácticamente no
había metros cuadrados perdidos. Era una monada. Eso sí, tenía un color pitufo
en las paredes, que mi marido se tiró no sé cuántos días pintándolo de color
claro (ya no recuerdo si blanco, crudo o crema) y pensaba que ese color no se
iría nunca. Pero se fue.
Lo mejor del piso era el parquet.
Y yo feliz. Estuvimos en ese domicilio nuestros primeros 3 años de convivencia
en España.
A veces las cosas que nos cuestan
conseguir, merecen la pena el esfuerzo y las decepciones iniciales.
¡Que tengas un buen fin de
semana!