viernes, 13 de marzo de 2015

QUIERO UN PISO CON PARQUET



Dicen que las cosas que más cuesta conseguir, suelen merecer la pena. Por otro lado también dicen que las cosas que queremos en la vida, si están en nuestro destino, son fáciles de conseguir (o deberían).

Estoy de acuerdo con ambos dichos, aunque el primero es el que te hace pasarlas canutas antes de conseguir tu objetivo y del segundo casi ni nos acordamos cuando hemos conseguido tan fácil y rápidamente eso que deseábamos.

Tengo una compañera de clase que se quiere cambiar de piso y ayer precisamente nos contaba, lo rápido y fácil que ha surgido todo en esta ocasión. Ella quería dejar su piso de propiedad en la ciudad, para mudarse a las afueras a un piso de alquiler. Y parece que ha conseguido hilar todo eso en tan solo 3 días. No sé cuánto tiempo ha tardado en encontrar ella el piso de alquiler, negociar el contrato y firmar la fecha de entrada al mismo, pero en cuanto hizo eso, puso su propio piso en alquiler y al día siguiente tuvo 2 visitas de las cuales una de ellas ya se ha quedado con él. Dicho y hecho, objetivo conseguido. Así de fácil y así de rápido.

Recuerdo perfectamente cuando yo me trasladé a vivir de una ciudad a otra dentro de mi país. Yo venía de una ciudad donde lo “normal” es que los pisos tengan parquet y me trasladaba a una ciudad donde lo “normal” es que los pisos tengan suelos de baldosín. Pero no un baldosín bonito (para mi claro, que para gustos están los colores…) sino que por lo general y por lo que he visto, suele ser un baldosín de puntitos de colores, de esos que a mí me espantan. Además que me parecen súper fríos.

Así que yo en mi empeño de encontrar un piso con suelo de parquet, buscando y buscando en los anuncios clasificados del periódico (como se hacía por aquellos tiempos hace ya 15 años) encontré uno que pintaba bien y le dije a mi marido que fuéramos a visitarlo para ver como era. Él era un poco reacio a la zona de la ciudad en la que estaba ubicado, pero a pesar de eso, fuimos a verlo.

Yo estaba de visita en la ciudad esos días y el piso lo enseñaban hasta determinada hora. No recuerdo bien por qué, pero como desde el metro más cercano teníamos unos 10 minutos de caminata, al final llegamos 15 minutos más tarde de la hora que nos habían dicho y obviamente ya no pudimos verlo, así que nos quedamos mirando el balcón que se veía desde la calle, soñando como sería ese piso por dentro.

Estaba ubicado en una zona muy residencial y todo lo que se veía alrededor eran edificios de pisos bajos (unos 3-4 alturas como máximo) y pocos locales comerciales. Había que subir unas escaleras de piedra muy anchas para acceder a una especie de patio exterior, donde estaba ubicado el portal y un par de columpios. La verdad es que la zona se veía bastante tranquila.

Así que nuestro gozo en un pozo y nos dimos media vuelta. Primer intento: fallido.

Luego volvimos una segunda vez, pero no recuerdo qué pasó, que tampoco pudimos verlo. Y ya van dos. ¡La cosa se ponía complicada para ver el dichoso piso!

Finalmente, cuando yo ya había vuelto a mi ciudad de residencia por aquellos tiempos, mi marido y mi suegra consiguieron ver el piso. A la tercera va la vencida!

Resultó ser una “bombonera” como lo llamaba mi suegra. Un piso pequeñito con 2 habitaciones y prácticamente no había metros cuadrados perdidos. Era una monada. Eso sí, tenía un color pitufo en las paredes, que mi marido se tiró no sé cuántos días pintándolo de color claro (ya no recuerdo si blanco, crudo o crema) y pensaba que ese color no se iría nunca. Pero se fue.

Lo mejor del piso era el parquet. Y yo feliz. Estuvimos en ese domicilio nuestros primeros 3 años de convivencia en España.

A veces las cosas que nos cuestan conseguir, merecen la pena el esfuerzo y las decepciones iniciales.

¡Que tengas un buen fin de semana!

 


 


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